Vivió 92 años absolutamente plenos. Pero donde
encontró sentido a su existencia, y a la del ser humano, fue en el lugar
donde menos imaginó: los campos de exterminio nazis.
Viktor Frankl, como tantos supervivientes del holcausto nazi, nos dan
una permanente lección de coraje, superación y sentido de la vida. Algo
que nos recuerda que, tal vez, lo nuestro no sea para tanto.
Hace un par de días vi la película El niño del pijama a rayas (ya
había leído el libro un par de años atrás) y no pude evitar recordar la
historia de Viktor Frankl. Fue uno de los más eminentes psicólogos y
neurólogos del planeta; ya a los 16 años se carteaba con Freud y a los
20 expuso su teoría de la Logopedia en el Congreso de Psicología de
Dusseldorf; fue jefe del Departamento de Neurología del Hospital
Rothschild a los 32 años y del Hospital Policlínico a los 38; doctor en
Filosofía y profesor invitado en las más prestigiosas universidades
europeas y americanas; publicó multitud de libros y artículos, fue
alpinista, piloto, caricaturista y un enamorado de las corbatas. Vivió
92 años absolutamente plenos. Pero donde encontró sentido a su
existencia, y a la del ser humano, fue en el lugar donde menos imaginó:
los campos de exterminio nazis.
Auschwitz. La noche de Navidad de 1944. A 30 grados bajo cero, sin
calefacción, descalzos, en la oscura antesala de la muerte, un puñado de
despojos humanos se apiña en un extremo del barracón para escuchar las
palabras del prisionero número 119.104. “Pensadlo: estamos ante el
desafío de sobrevivir. Podemos hacer una de estas dos cosas: convertir
esta experiencia en una victoria o limitarnos a vegetar, dejando de ser
personas. Incluso aquí debemos subsistir al cobijo de la esperanza en el
futuro; no importa que no esperemos nada de la vida, lo que
verdaderamente importa es lo que la vida espera de nosotros. No hay que
avergonzarse de nuestras lágrimas, porque demuestran nuestro valor para
encararnos con el sufrimiento. Si conoces el porqué de tu existencia,
entonces serás capaz de soportar cualquier sufrimiento”.
Y aún añadió: “La desesperanza puede ser explicada en términos de una
ecuación matemática: D = S – P, Sufrimiento sin Propósito. En el
momento en que ves un sentido en tu sufrimiento, puedes moldearlo en un
logro; puedes convertir la tragedia en un triunfo personal, pero debes
saber para qué. Si las personas no pueden encontrar ningún sentido en
absoluto a sus vidas, tal ven tengan algo con lo que vivir, pero no
tendrán nada por lo que vivir”.
El prisionero número 119.104 se llamaba y después de padecer el
tormento de Auschwitz -donde su madre murió en la cámara de gas- sufrió
el de los campos de Kaufering III y de Turkheim -donde fue separado de
su esposa, que murió en el de Bergen-Belsen. Y antes sobrevivió a
Theresienstadt -donde murió su padre, enfermo de inanición-, campo de
exterminio al que fue deportado en septiembre de 1942, cuando era un
eminente psiquiatra de 37 años y director del Departamento de Neurología
del Hospital Rothschild, único hospital de Viena en el que eran
admitidos judíos. El joven Viktor ya había aprendido a sobrevivir al
hambre y la pobreza durante la I Guerra Mundial, cuando apenas contaba 9
años. Y durante sus estudios de bachillerato aprendió a interesarse por
la realidad del ser humano y a cuestionar la verdad
científico-organicista que proclamaba su profesor: “la vida humana no es
otra cosa que un proceso de combustión y de oxidación”. “Si es así –lo
interpeló Viktor, puesto en pie- ¿cuál es el sentido de la vida humana?”
Años después, ya como uno de los psiquiatras más prestigiosos de su
país, Frankl daría respuesta a este interrogante a través de su
Logoterapia (tercera escuela de Viena, contrapuesta al Psicoanálisis de
Freud y a la Psicología Individual de Adler), según la cual el ser
humano halla el sentido de su existencia a través del amor a otros, a
través de sus actos de creación y a través de virtudes como la
compasión, la valentía o el sentido del humor; o el sufrimiento. Al
final, estas tres vías nos llevan a un sentido último en la vida, que no
depende de otros, ni de nuestros proyectos ni de nuestra dignidad, sino
de Dios, el sentido espiritual de la vida.
Esta teoría fue el resultado de sus reflexiones y experiencias,
propias y ajenas, durante sus años vividos –sobrevividos- bajo el terror
nazi. Tras la liberación del campo de Turkheim, el 27 de abril de 1945,
Frankl comenzó a buscar un sentido a su propia supervivencia, “el para
qué habré quedado vivo”; y por qué unos sobrevivieron y otros no. A
finales de ese año, a lo largo de nueve días, fue dictando “entre
lágrimas” a tres secretarias del Hospital Policlínico de Viena (donde
era jefe del Departamento de Neurología) el testimonio de sus
experiencias en los campos de concentración, tomando como referencia
docenas de papelitos que había ido rellenando en su cautiverio.
“Aquellos que tienen un por qué para vivir, pese a la adversidad,
resistirán”, nos dice Frankl. En los campos pudo percibir cómo las
personas que tenían esperanzas de reunirse con seres queridos o que
profesaban una gran fe, tenían mejores oportunidades que los que habían
perdido toda esperanza. La elección dependía de cada uno, pues el ser
humano es libre y cada persona elige “si dejarse determinar por las
circunstancias o enfrentarse a ellas”. Al final, concluye: “Después de
todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de
Auschwitz, pero también el que ha entrado en esas cámaras con la cabeza
erguida y el Padre Nuestro o el Shema Yisrael en sus labios”.
El libro se publicó en 1946 bajo el título de El hombre en busca de
sentido, destinado a todas las personas que habían sufrido las
consecuencias de la guerra, y que a lo largo de 60 años ha dado también
esperanza a millones de personas con millones de sufrimientos
diferentes. En estos tiempos de vacío y desesperanza será un buen
momento para repasar la lección de Viktor Frankl y aplicar su ecuación a
la inversa: Esperanza = Sufrimiento con Propósito. Si él encontró
sentido al sufrimiento extremo, qué no podremos conseguir nosotros con
nuestras pequeñas o grandes tragedias.
Pepe Álvarez de las Asturias.
Fuente: http://www.elsemanaldigital.com
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